Se dice que esta prenda se introdujo en Afganistán a principios del siglo XX, durante el mandato de Habibulla (1901-1919), quien impuso su uso a las más de 200 mujeres de su harén, para evitar que la belleza del rostro de estas tentara a otros hombres.
Los velos eran de seda con finos bordados y las princesas de Habibulla tuvieron incluso burkas bordadas con hilos de oro.
Así el "burka" se convirtió en una vestimenta lujosa utilizada por la mujer de clase alta, quien de este modo era "aislada" del pueblo llano, evitando así su mirada.
El “BURKA completo” se hizo obligatorio en Afganistán cuando los talibanes llegaron al poder después de la salida de los soviéticos, imponiendo de esta forma una prenda capaz de garantizar el control sobre el cuerpo de la mujer, ya que cubre los ojos con un ‘velo tupido’ que impide que quién la usa pueda ver normalmente, puesto que el ‘enmallado’ limita la visión lateral haciendo perder la ubicación espacial, volviendo a la usuaria dependiente de otra persona para poder desplazarse con eficacia, especialmente en espacios abiertos.
Uno de los objetivos del ‘velo tupido’ es evitar que el rostro y los ojos sean visibles.
El Burka ejerce fuerte presión sobre la cabeza (pesa unos 7 kg), aumentando la fatiga al caminar. La extensión promedio de la prenda es hasta la altura de los pies, no solamente para cubrir todo el cuerpo, sino para garantizar mayor dificultad en el desplazamiento, impidiendo especialmente que se pueda correr con ella.
El BURKA actual no es un vestido, es una CÁRCEL de TELA que somete a las mujeres a la dificultad de no ver con claridad nada que no se encuentre a un metro de distancia frente a sus ojos. Produce una visión de "anteojeras", que hace perder la vista de los ángulos laterales estrechando el campo visual que aparece, detrás de las celdas del tejido que se abre a la altura de los ojos, "enrejando" todo lo percibido. Las miradas de estas mujeres están presas, como sus cuerpos.
A menudo, la poca visibilidad que permite la pequeña abertura provoca, al cruzar las calles, serios accidentes que llevan a estas mujeres a la muerte.
Cuando las fuerzas talibanes conquistaron Kabul, el 27 de septiembre de 1996, desterraron a la mujer afgana de la vida civil, expulsándola de la enseñanza y confinándola al hogar. Con toda razón, el burka obligatorio, pasó a ser uno de los más indiscutibles símbolos de la represión ejercida por el nuevo régimen.
La incipiente sociedad civil de las ciudades como Kabul, en la que la mujer comenzaba a disfrutar de un papel social relevante, quedó borrada de un plumazo por los talibanes. Entre las decenas de miles de empleadas públicas enviadas a sus casas había 7.790 maestras. Se cerraron, entonces, sesenta y tres escuelas de Kabul. El salto atrás fue colosal, del siglo XIX a la Edad Media.
El 65% del profesorado, el 40% de los escolares y casi la mitad de los 7.000 estudiantes de la Universidad de Kabul eran mujeres. Ninguna se atrevió a desafiar al mulá Mohamed Omar, el líder talibán. El golpe humano y cultural resultó brutal.
¿Será posible esperar que también los varones salgan de su letargo y participen activamente contra la violencia de género, colaborando en campañas, manifestaciones, foros desde las escuelas y universidades, así como en diversos actos en compañía de las mujeres?
¿Será posible que cooperen como un igual frente a las agresiones de los derechos individuales y luchen por la justa equidad de género?
1 comentario:
Despues de leer tu articulo me alegro de haber nacido en España.
No entiendo como todavía en los tiempos en los que estamos se puede tratar a las mujeres como animales(incluso me atreveria a decir que peor) y sobre todo no entiendo como nadie hace nada para evitarlo.
Mº del Mar
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