Mi experiencia como madre es muy corta. A lo sumo, puedo añadir a los 26 días de vida de mi pequeño los 9 meses de embarazo, que aunque no es lo mismo que tener a mi bebé entre mis brazos, la experiencia de querer a un ser recién llegado a mi vida y que ha nacido de mi, es muy intensa.
Decía que no tengo demasiada experiencia pero si algo ya puedo decir es que quiero a mi hijo a rabiar. Ni todas las noches que llevo sin dormir a penas, ni cualquiera de las "incomodidades" que supone tenerle conmigo hacen que ni por un segundo, se me olvide lo importante que es para mi y lo mucho que me necesita para sobrevivir.
Es por eso, que ahora que lo tengo enfrente de mi, sentadito en su hamaca verde, recién limpito, con su traje nuevo y oliendo a colonia, mirándome fijamente mientras escuchamos un cd de música para adormecer me siento tan cerca de Haití. Me siento cerca de las madres y padres, de familiares cercanos o no tanto, que han mentido al decir que aquellos no eran sus hijos.
Cómo de desesperados deben estar esos padres que han preferido desprenderse de lo más importante de sus vidas, hacer creer a las autoridades haitianas que que no sabían de los pequeños y darlos en adopción de padres estadounidenses con tal de darles un futuro mejor.
Sus vidas en ese país están agonizando. El futuro que les espera es muy oscuro y sin posibilidades de recuperación y la madre y el padre, renuncian a su hijo por darle aquello que ellos serían incapaces en ese escenario.
No hay mejor demostración de amor. Eso es amar a un hijo, renunciando a él por darle un futuro, que aunque incierto, siempre es mejor que el que les dapará su pais.
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